LA REVOLUCIÓN DE NARRAR NUESTRAS VIDAS: ¿QUIÉN CUENTA LAS HISTORIAS TRANS?

Durante muchos años, las historias trans se nos arrebataron. Fueron contadas desde el prejuicio, desde el estigma, desde el sensacionalismo. Nos mostraban como tragedia, como escándalo o como experimento. No éramos sujetos, éramos objetos de estudio, de burla o de morbo. Y lo más grave: nos acostumbramos a no vernos en ningún lado… o a vernos mal retratades, sin profundidad, sin verdad.

Pero eso está cambiando. Y no por concesión del sistema, sino por decisión de quienes habitamos la disidencia. Porque las personas trans ya no estamos esperando a que alguien nos dé la palabra: nos la tomamos. Nos organizamos, escribimos, producimos, dirigimos, creamos, opinamos, hacemos medios, grabamos pódcasts, alzamos la voz en TikTok, en redes, en la música, en el arte y en la política. Porque no hay revolución sin voz, y no hay voz más poderosa que la que nace de la experiencia vivida.

Narrar nuestras vidas es más que contar historias. Es sanar. Es recuperar el poder que nos arrebataron. Es desmantelar esa idea de que sólo existimos para sufrir o para educar a otres. Es mostrar que también amamos, deseamos, soñamos, triunfamos, y sí: también la cagamos, como cualquier ser humano.

Y es que, cuando una persona trans ocupa un espacio público desde su identidad, no está solo contando su historia: está abriendo una grieta en el sistema. Está cuestionando el binarismo, el machismo, la transfobia estructural. Está diciendo: “Aquí estoy, y no me vas a borrar.”

Por eso, medios como Ámame Trans MX no sólo informan: incomodan, sacuden, provocan… pero sobre todo, reparan. Porque cada palabra publicada desde una voz trans es una forma de reconstruirnos desde el amor propio, desde la comunidad y desde el futuro que merecemos.

Y sí: aún queda mucho por hacer. Falta que nos den el protagónico en más espacios, que nos paguen lo justo, que no nos cuestionen nuestras credenciales por ser trans, que no nos obliguen a explicar nuestras vidas para ser aceptades. Pero mientras tanto, seguimos contando lo que somos. Y eso ya es revolución.

Porque nadie —nadie— puede contar nuestras historias como nosotres mismes. Y eso, queridxs, es poder.