
La Arriera: el peso de ser hombre trans en un mundo que no te nombra
- Diego Loyola Mx
- 18 jun
- 2 Min. de lectura
La Arriera es una película que incomoda porque dice lo que pocos se atreven: que ser un hombre trans también duele, también pesa y también necesita ser contado. En un cine que rara vez mira hacia las masculinidades trans con honestidad, esta cinta se planta con crudeza para decir: existimos, resistimos y también tenemos cuerpo, memoria y territorio.

Desde sus primeras escenas, La Arriera se desmarca de cualquier intención de suavizar la realidad. No busca complacer a la audiencia cisgénero ni ofrecer finales esperanzadores. Lo que hace es narrar el tránsito de un hombre trans desde un lugar profundamente humano, vulnerable y brutalmente real: el campo, la familia, el trabajo, el cuerpo en disputa.
Un tránsito sin romanticismos

El personaje principal carga con un cuerpo que ha sido condenado a lo femenino, pero que él vive como suyo en masculino. No se trata de un “descubrimiento” de identidad, sino de una constante negociación con un entorno que lo niega, lo borra o lo violenta.
La Arriera no construye a su protagonista como un símbolo de superación, sino como una figura real, llena de contradicciones, silencios, afectos rotos y dignidad. En eso radica su fuerza: en no convertir la experiencia trans en un discurso didáctico o inspirador, sino en una realidad vivida.
Masculinidades trans: de lo invisible a lo inevitable

Uno de los mayores aciertos de la película es abrir espacio a una representación casi inexistente en el cine latinoamericano: los hombres trans. Por décadas, la narrativa trans en pantalla ha estado centrada (cuando se ha mostrado) en mujeres trans. Y aunque esa visibilidad ha sido necesaria, La Arriera pone sobre la mesa otro rostro igual de valioso y urgente: el del hombre trans que no puede, no quiere y no debe seguir siendo invisibilizado.
La película logra hablar del tránsito masculino sin caer en clichés médicos ni en una visión occidentalizada. Lo hace desde lo rural, desde la familia, desde el trabajo físico, y desde el dolor de no ser nombrado en ningún lugar.
No es perfecta, pero es poderosa
Sí, La Arriera tiene algunos baches narrativos y su ritmo puede sentirse lento por momentos. Pero incluso eso forma parte de su propuesta estética: incomodar, incomunicarse, arrastrar los pies por un mundo que pesa más cuando no se te reconoce.
Es un cine independiente, valiente, áspero y necesario. No busca entretener; busca ser verdad.